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Trabajo final para la cátedra
Escuelas, Corrientes y Sistemas de la Psicología Contemporánea

Facultad de Psicología UNC

Yamil Ale, Córdoba 2007

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Resumen

El derrocamiento en 1974 del gobernador de Córdoba Ricardo Obregón Cano y la posterior seguidilla de cinco interventores federales ligados al ejército y a la derecha peronista han llevado a pensar que el Proceso militar se inició en esta provincia dos años antes que en el resto del país. Sin embargo, en el ámbito de la Escuela de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), la influencia del poder político parece haber sido sólo indirecta y estuvo muy lejos de la injerencia explícita que se registró a partir del 24 de marzo de 1976. Tres profesores de la Facultad de Psicología, alumnos de la carrera en los 70, recuerdan la “efervescencia” estudiantil de la época, bien distinta al silencio que imperó posteriormente en el Proceso. 


Introducción

Suele afirmarse que el Proceso militar empezó en Córdoba dos años antes que en la mayor parte del país, debido fundamentalmente al derrocamiento del gobernador Ricardo Obregón Cano el 28 de febrero de 1974 ([1]) y su reemplazo por sucesivos cinco interventores federales, todos ligados al ejército y a la derecha peronista, que controlaron la provincia hasta marzo de 1976.

Efectivamente, hay motivos para concordar con la idea del pre-golpe. Según Servetto (2004), “durante los años previos al golpe militar, ya se había generalizado la represión ilegal y la violencia estatal a través de acciones cada vez más indiscriminadas de los grupos parapoliciales, alentados y organizados desde el mismo aparato del Estado”. 

Tales episodios se registraron sobre todo durante la intervención del Brigadier (Re) Raúl Lacabanne (1974/1975), quien intentó llevar adelante una “limpieza ideológica” del gobierno provincial a través de la eliminación de “enemigos infiltrados” no sólo de la administración gubernamental, sino también del resto de las instituciones políticas y sociales. 

Las acciones represivas, la “limpieza ideológica” y la eliminación de “enemigos infiltrados” se extendieron, según Servetto, a los partidos políticos, los sindicatos, las instituciones educativas, los centros vecinales, las organizaciones comunitarias y los centros de estudiantes.

Ahora bien: tres entrevistas a actuales profesores de la Facultad de Psicología de la UNC, que eran estudiantes de la carrera en la primera mitad de los 70, permiten concluir que el poder político ejerció influencias indirectas y presiones puntuales sobre determinados estudiantes y profesores, pero de ninguna manera llevó a cabo un plan de “limpieza ideológica” o de “eliminación de enemigos infiltrados” en el ámbito universitario, como sí ocurrió a partir del golpe del 76.

Por el contrario, el período 1973-1976 se caracterizó por una gran “ebullición” o “efervescencia” en el ámbito de la militancia estudiantil, es decir por un panorama no sólo distinto sino totalmente opuesto al que sobrevino después de la toma del poder por parte de las fuerzas armadas. 

Se ha afirmado (Ansaldi, 1996) que la imposición de una política de miedo tendría tres componentes psicológicos: el silencio impuesto por la censura y la imposibilidad de manifestar y protestar públicamente; el sentimiento de aislamiento que viven quienes sufren directamente la represión; y el sentimiento de desesperanza, es decir la generalización de la creencia de que cualquier iniciativa sería ineficaz.

Como se verá más adelante, ninguno de esos tres elementos parece haberse apoderado de las supuestas víctimas del aparente plan de “limpieza” de la intervención provincial. Es cierto que hubo intentos de arremeter contra sectores genéricamente identificados como “de izquierda”, pero esas tentativas no parecen haberse centrado en el ambiente universitario y, sobre todo, no tienen punto de comparación con la embestida frontal que arribaría junto con el golpe “real” de 1976.


Intervenciones

Aaron Saal (55), actual titular de la cátedra “Problemas Epistemológicos de la Psicología”, recuerda que entre 1973 y 1976, la facultad de Filosofía y, en consecuencia la Escuela de Psicología ([2]), no sufrieron injerencias del poder político, o que al menos no lo recuerda.

Según dice, “la intervención llegó recién en 1976, cuando las facultades quedaron bajo el mando de los militares. Pero antes de eso había decano, secretario académico, y creo que la escuela funcionaba de acuerdo a sus propias normas”. 

Acerca del posible acoso a estudiantes por parte de la policía, o la Triple A o algún otro grupo de derecha, Saal estima que efectivamente hubo jóvenes que sufrieron problemas de ese tipo, aunque desconoce casos específicos. 

“No hay nadie que yo identifique. Entre quienes conocí, no hay nadie que haya tenido problemas con la Triple A. Es más: no sé exactamente desde cuándo funcionó la Triple A en Córdoba, porque uno fue teniendo conocimiento progresivo de qué era eso”. 

Pero entonces, ¿existía cierto clima amenazante? Saal afirma que no: que la sensación de miedo comenzó recién en 1976. Hasta ese momento, dice, había “sólo” turbulencias, esto es, enfrentamientos constantes entre grupos que adherían a distintas ideologías.

Por su parte, Eduardo Cosacov (53), actual profesor titular de “Introducción a la Psicología”, admite que “la Universidad era vista como productora de gente de izquierda, sobre todo en carreras como Filosofía y Psicología”, pero descarta que haya habido intervención directa de la autoridad política sobre las facultades. Más bien era todo lo contrario. Para él, “la gente de izquierda andaba más segura en la facultad que en otros lados, porque éste era un ambiente menos hostil”.

La visión de Alberto Colaski (57), actual profesor de la cátedra “Psicología y Derechos Humanos”, es un tanto diferente, acaso porque él protagonizó una militancia mucho más activa y de hecho fue presidente del centro de estudiantes de la facultad de Filosofía y Letras (CEFYL) entre 1970 y 1976, por la Corriente de Izquierda Universitaria (CIU).

Según dice, las amenazas eran muy comunes por entonces, tanto contra profesores como contra estudiantes. “Nos decían que nos iban a matar: a veces lo hacían por teléfono, otras personalmente, otras por carta. Nos escribían por ejemplo: “cuidate, no sigás metiéndote en lo que no te corresponde porque vas a terminar en un zanjón”. Cosas así. Ésa era la metodología permanente de los sectores reaccionarios”.

Para Colaski, “era un tiempo muy difícil, en el que existía la percepción de que las amenazas podían llegar a concretarse y que efectivamente podíamos terminar en un zanjón”.

Los grupos intimidatorios, a su juicio, tenían que ver con la policía, con el D2 y también con el ejército. “Todo eso ya estaba funcionando en los años previos al golpe. Y todos éramos concientes de que el golpe se venía”.

Sin dudas que la situación era ciertamente grave. Pero no puede dejar de mencionarse que, en la Escuela de Psicología y en las demás carreras de la Facultad de Filosofía, las amenazas no fueron más allá de las amenazas. Colaski, no obstante, enfatiza que durante esos años hubo en Córdoba “gente secuestrada y asesinada”, aunque reconoce que la situación se volvió verdaderamente grave recién a partir de 1976 ([3])

Queda claro entonces que la represión no llegó a Escuela de Psicología sino hasta el golpe militar, con la designación de un Mayor del Ejército al frente de la Facultad de Filosofía y Humanidades (Ricardo Romero) y el establecimiento de reglamentaciones que implicaron cambios concretos en la vida de los estudiantes ([4]). 


Debates

Otros hechos que llevan a descartar la idea del “operativo limpieza” en la facultad de Filosofía son los concurridos debates estudiantiles de la época, junto con su particular “efervescencia” y sobre todo los temas que se abordaban.

Al respecto, Colaski señala que en ese momento había muchas discusiones entre los distintos grupos de izquierda: algunos estaban a favor de la guerrilla, otros de “lo insurreccional”, otros de la “guerra popular prolongada”. Es decir, había “distintas estrategias de revolución” y ello daba lugar a toda clase de deliberaciones. 

Los temas de las asambleas podrían dividirse básicamente en dos tipos: prácticos y teóricos. 

Entre los primeros figuraban, por ejemplo, los preparativos para las manifestaciones. En esos casos, dice Colaski, las personas “vinculadas al accionar de la guerrilla” podían plantear “golpes sorpresivos” (romper vidrieras, por ejemplo), mientras que “otros proponíamos sólo marchas con cortes de calles”. 

Por el lado de los debates teóricos se confrontaba por ejemplo la concepción maoísta con la del Partido Comunista Soviético, o la propuesta marxista-leninista con la del Partido Socialista. “Había un debate público en relación a cuál era la vía más adecuada para la revolución” ([5]). 

Algunas veces las discusiones crecían en intensidad y derivaban en agresiones físicas, en enfrentamientos a golpes de puño, que aparentemente fueron sólo “anecdóticos, secundarios” y “no era lo que prevalecía”. 

Es que, según declara Colaski, el verdadero “enemigo” no se encontraba en esos debates, por más violentos que se pusieran a veces, sino “en los sectores políticos que representaban a organizaciones reaccionarias como el Comando Libertadores de América”, que era la versión cordobesa de la Triple A.

Puntualmente, el “enemigo” de las agrupaciones de izquierda era la Corriente Nacional Universitaria (CNU), que “respondía al nacionalismo de derecha: emergía políticamente de organizaciones fascistas y estaba vinculada con los grupos represivos”. 

Saal dice justamente que las “peleas entre grupos estudiantiles” que él recuerda no son las de sectores de izquierda, sino más bien las de agrupaciones que él había caracterizado por entonces como “de izquierda y de derecha”.

Por ejemplo, se acuerda de algún enfrentamiento entre los centros de estudiantes de Filosofía y de Ciencias Económicas, los primeros en cierta forma de “izquierda no peronista” y los segundos quizá peronistas o radicales pero sin dudas “más a la derecha” que los de Filosofía.

Una noticia de La Voz del Interior (1975 b) confirma ese testimonio. Según el diario, “La facultad de Filosofía y Humanidades fue cerrada ayer por grupos pertenecientes a otras facultades, los cuales organizaron desmanes que impidieron el normal desenvolvimiento de la cátedra docente-administrativa”. 

Los altercados, dice Saal, “a veces incluían golpes, palos, y en algunas oportunidades sabíamos que iba gente armada”. Precisamente, un comunicado estudiantil publicado por La Voz del Interior en septiembre de 1975, denunciaba “la presencia permanente de personas armadas (en la Facultad de Filosofía) y la imposibilidad de los estudiantes y la docencia de expresarse en libertad”. 

Pues bien: a la luz de esos testimonios, ¿podría llegar a suponerse, que la “gente armada” y la que provocaba enfrentamientos en las asambleas eran infiltrados que concurrían a intentar desarticular a las organizaciones de izquierda, en el marco del plan de “limpieza ideológica” ideado por Lacabanne o algunos de los otros interventores? 

En principio, Colaski se muestra completamente convencido de que la facultad estaba “plagada de servicios de inteligencia, de la policía y del ejército”, y que había “informantes entre los profesores y los alumnos”. Pero él mismo admite que portar un arma en una asamblea, una actitud que hoy podría parecer inaceptable, no era demasiado inusual por entonces, sobre todo si se tiene en cuenta que “algunos sectores de izquierda planteaban la revolución mediante las armas”. 

Cosacov, por su parte, no recuerda haber visto gente armada y concuerda en que la violencia física entre los estudiantes “no era algo sistemático”, sino más bien “esporádico”. 

Lo que sí era bastante común, dice, eran acciones como arrancar los carteles de las otras agrupaciones, lo cual “daba cierta idea del nivel de tensión y del clima feo que se vivía”. 

Justamente, una nota de repudio firmada por “estudiantes no agrupados”, publicada en La Voz del Interior el 7 de octubre de 1975, da cuenta de “un espectáculo digno del más clásico estilo patotero, en el que compañeros del CEFYL se encontraban vendiendo apuntes de diferentes materias y fueron sorprendidos por varios individuos, que los agredieron con elementos contundentes y luego procedieron a quemarles los apuntes”. 

“Si en nuestra facultad existen grupos con ideas políticas diferentes, el modo de resolverlas no es mediante patoterismo sino mediante el diálogo de construcción y la participación democrática de todo el estudiantado”, expresa el comunicado. 

En síntesis, concluye Cosacov, “la violencia flotaba en el aire”, quizá como simple contagio de lo que sucedía en la ciudad y el resto del país.


Atribuciones

Otros dos hechos que no sólo hablan a las claras de la diferencia entre el período 1973-76 y el Proceso militar, sino que además reflejan la oposición entre una etapa y otra son, por un lado, la actitud de los alumnos hacia determinados profesores; y por el otro, el poder de los estudiantes para determinar tanto el alejamiento como el ingreso de docentes. 

Cosacov recuerda que “algunos” grupos saboteaban las clases de determinados profesores. “Solía haber risas, burlas e incluso insultos. Se aprovechaban de quienes a lo mejor no tenían tanta solidez y los criticaban ante cualquier error”. 

“Eso era incorrecto, entre otras razones porque los docentes no estaban arengando a favor de la derecha ni nada de eso, sino que sólo se proponían dictar sus materias”. 

Algunas veces (en realidad muy pocas), los estudiantes reivindicaron su embate contra determinados profesores a través de los medios de comunicación. Por ejemplo, en una nota publicada en La Voz del Interior el 6 de octubre de 1975 denunciaron “la caótica situación reinante en la Facultad de Filosofía y Humanidades” y en particular señalaron “que varias cátedras carecen del mínimo nivel científico y pedagógico, como ser: Pedagogía, Psicología de la Personalidad, Psicología del Trabajo, Historia de la Psicología, etc.”

Afirmaron asimismo que “muchos jefes de trabajos prácticos no tienen los títulos de egresados exigidos por la reglamentación vigente”. Y reclamaron “la renuncia de las autoridades y funcionarios de la facultad”. 

En ese contexto, Cosacov entiende que los profesores que sufrían esas situaciones entraban a veces en “el juego del enfrentamiento” y se originaba así una especie de “pequeña guerra” contra los alumnos que no tenía nada que ver con la psicología ni con ningún tipo de actividad académica.

Es más: si no podían dar clases, si el centro de estudiantes los quería echar, si querían apartarlos por motivos infundados, entonces no era nada ilógico pensar que quizá algunos de ellos no vieran con antipatía la posibilidad de un golpe de Estado.

Sospecha Cosacov que quienes más sufrieron los embates estudiantiles fueron quizá los docentes de áreas metodológicas, que eran más exigentes con los alumnos y tendían hacia una formación “más norteamericana”. 

El profesor sostiene que uno de los “vicios” de la izquierda estudiantil de entonces, que quizá ahora no esté tan acentuado, era justamente “el rechazo a todo lo norteamericano, sin considerar que la política exterior de Estados Unidos no tenía nada que ver la producción científica (y específicamente psicológica) de ese país”. 

En definitiva, Cosacov cree que los militantes por lo general “se largaban muy de bruces” y no estaban a la altura de sus objetivos. O sea, “podían cometer actos violentos, y de hecho los cometieron, pero a la larga llevaban las de perder”.

La opinión es Saal es muy similar. Según recuerda, en el marco de la notoria “ebullición política” de la época, “eran muchos los estudiantes que participaban activamente en política y querían tener injerencia sobre aspectos como la elección de docentes y las características de los cursos”.

“A veces calificaban de derecha a profesores que no eran de su agrado: los conceptualizaban como opuestos al pensamiento progresista y trataban de sacarlos”. El primer paso consistía entonces en “ubicarlos del lado de la reacción”, para pasar luego a “hacerles asambleas en horas de clase, no dejarlos dictar sus materias, criticarlos, reprocharles sus materiales de estudio y considerarlos retrógrados”.

Colaski, que era el presidente del centro de estudiantes, confirma esos hechos. “Se les hacía un boicot, no se asistía a sus clases, y se exigía a las autoridades que los separaran de sus cargos. A veces seguían cobrando sus sueldos, pero no podían seguir ejerciendo”. 

“Nosotros echamos docentes”, recalca, y se acuerda específicamente el caso de un profesor de Neurofisiología, de apellido Ventura Cordero, que debió irse porque los alumnos no estaban de acuerdo con su carácter “autoritario, despectivo y reaccionario”.

También se impusieron cambios en la cátedra “Introducción a la Psicología”, pues se consideraba que sus docentes poseían “una visión muy americana, muy de la psicología conductual y cognitivista”.

Esas decisiones, dice Colaski, surgían del propio estudiantado, que “era muy participativo y muy crítico: quería otras cosas desde el punto de vista de la formación”. En otras palabras, “la gente hacía por sí misma lo que tenía que hacer: no había que estar haciendo por ella lo que podía hacer por sí misma. No necesitaba de ningún paternalismo para tomar decisiones”.

En total, los docentes apartados por presión estudiantil “deben haber sido más de 15” en el conjunto de escuelas de la facultad de Filosofía.


Dos momentos

Como se dijo antes, la militancia estudiantil de la Escuela de Psicología en la primera mitad de los 70 tuvo el poder no sólo para alejar a determinados profesores de sus cátedras, sino también para decidir el ingreso de otros aparentemente más afines al ideario “progresista”.

Ambas acciones tuvieron lugar en un momento que coincide aproximadamente con las presidencias de Héctor Cámpora (1973) y Juan Domingo Perón (1973-1974); y en Córdoba con la gobernación de Ricardo Obregón Cano (1973-74), el interinato de Mario Agodino (1974) y la intervención federal de Duilio Brunello (1974). 

Luego, durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón (1974-1976) y las intervenciones federales del brigadier (Re) Raúl Lacabanne (1974-1975), el general Luciano Menéndez (1975) y Raúl Bercovich Rodríguez (1975-1976), el estudiantado vio no sólo restringidas sino directamente anuladas sus aspiraciones de imposición de profesores, aunque ello no menguó su capacidad de participación y movilización. 


La llegada

Saal recuerda que cuando Héctor Cámpora asumió la presidencia en 1973, se reincorporaron varios docentes que habían sido cesanteados en épocas anteriores. Y que también ingresaron profesores que no habían integrado nunca el plantel de la Escuela, algo que también ocurrió en las demás áreas de la facultad de Filosofía y en el resto de las facultades de la UNC.

Según Saal, las perspectivas de los reincorporados daban la impresión de ser “más críticas” de las que se habían desarrollado tradicionalmente. Y derivaron en “ciertas discusiones, tanto teóricas (psicológicas) como ideológicas (políticas)” que significaron “un cambio bastante importante” para la Escuela.

Entre los reincorporados figuraron Néstor Braunstein (que tenía, según Colaski, “una visión más progresista en áreas como el psicoanálisis y la psicología concreta de Georges Politzer”); Marcelo Pasternak y su mujer Nora; Claudio Berman; Raquel Ferrario (una “excelente” profesora de Buenos Aires, que dictaba Psicología Social); Luis Prieto (lingüista); y Paulino Moscovich, junto con otros profesionales que trabajaban en Psicopatología en el Hospital de Clínicas.

En general, según Colaski, se trataba de “gente con una formación y una solidez teórica muy interesante, y con una mirada muy progresista de la alternativa política”. 

Para Cosacov, en cambio, varios de los docentes “progresistas” que ingresaron en esa época presentaban aspectos criticables: algunos parecían carecer de suficiente idoneidad, otros se encontraban “muy ideologizados”, y un tercer grupo adolecía de ambos defectos. 

En primer lugar, dice, se encontraban los “aventureros que entraron a dar clases porque tenían conocidos dentro de la facultad, pero carecían de formación, de nivel académico y de consustanciación con los problemas de la carrera”. 

En el segundo grupo, Cosacov ubica a docentes muy capaces y de buen nivel (Braunstein, Pasternak, Gerardo Mansur) pero “muy ideologizados”, en el sentido de que intentaban trasladar su pensamiento político al campo de la psicología. Esa “ideologización” se notaba, por ejemplo, en la idealización y amalgamiento de teorías como el marxismo y el psicoanálisis. “A mí eso no me resultaba fácilmente compatible. Yo veía como si me estuvieran enseñando dos religiones, dos teorías que prometían el paraíso y tenían respuestas para todo”.

Finalmente se hallaba un tercer grupo de nuevos profesores que reunía los defectos de los dos anteriores: carecía de suficiente preparación, pero aun así se empeñaba en abordar temas complicados (como precisamente el de los vínculos entre marxismo y psicoanálisis). 

En general, sostiene Cosacov, las arbitrariedades y el caos de la primera mitad de los 70 derivaron en una “baja del nivel académico” en la Escuela de Psicología ([6]).


La retirada

El hecho de que muchos de los docentes reincorporados hayan tenido que abandonar la Escuela a medida que se iba evidenciando la derechización del gobierno nacional y provincial ([7]) parece ir en contra de la hipótesis de este trabajo, pues confirmaría la idea de que el pre-golpe cordobés de febrero de 1974 tuvo características similares al golpe nacional de 1976, especialmente en lo que hace a la injerencia del poder político sobre los claustros universitarios. 


Saal recuerda justamente que en determinado momento los docentes considerados de izquierda “empezaron a ser amenazados y se vieron en la obligación de irse”. 

“No fueron detenidos ni mantenidos presos, sino directamente amenazados, de tal manera que algunos de ellos tuvieron que irse no sólo de la facultad sino también de la ciudad y del país: algunos a México, otros a España, otros a Israel. El caso de Moscovich es emblemático, pues le pusieron una bomba en su domicilio del barrio Villa Cabrera”. 

Saal menciona además el caso de un profesor de apellido Zurdo, que “se fue de un día para el otro, sorpresivamente, de tal manera que los alumnos se quedaron sin firma de regularidad”. 

También se habría dado el caso de varios docentes que padecieron el embate de las organizaciones parapoliciales, y también de las fuerzas armadas: algunos llegaron incluso a sufrir el allanamiento de sus domicilios por parte de efectivos del Ejército.

Pues bien: parece haber similitudes entre el pre-golpe cordobés y el golpe nacional de 1976, pero existen al menos dos factores que dejan ver las grandes diferencias entre un período y otro. 

En primer lugar, aun cuando el interventor Lacabanne haya hablado de la necesidad de una “limpieza ideológica” que buscaba terminar con los “enemigos infiltrados”, nunca adoptó ninguna medida oficial que fuera en contra, directa o indirectamente, del accionar de las agrupaciones de izquierda que predominaban en facultades como de la Filosofía y Humanidades. 

Es probable (o quizá seguro, como sostiene Colaski) que la intervención federal se encontraba estrechamente vinculada con los grupos parapoliciales (como el Comando Libertadores de América) y con los “informantes” que al parecer pululaban en la Escuela de Psicología y otras carreras; pero nunca, acaso por respeto formal a la autonomía universitaria, llegó a inmiscuirse de manera directa en los asuntos universitarios, como sí lo hizo posteriormente el gobierno militar.

En segundo lugar, aun suponiendo que las amenazas y los atentados hubieran emanado realmente de las autoridades gubernamentales, no parecen haberse registrado nunca en el ámbito académico, sino en la vía pública y en los domicilios de las víctimas. Y sobre todo, estuvieron muy lejos del programa sistemático de secuestros, torturas y asesinatos perpetrados a partir del 24 de marzo de 1976. 


Conclusión 

Queda claro entonces que, aun en medio de amenazas y un clima de profunda inestabilidad social y política, el ámbito universitario cordobés de la primera mitad de los 70 (en particular en la facultad de Filosofía y Humanidades y en la Escuela de Psicología) se caracterizó por una gran efervescencia y una enfervorizada militancia que no disminuyó, sino acaso todo lo contrario, en el período 1974-1976, cuando la provincia quedó en manos de una serie de interventores militares que se proponían encarar una “limpieza ideológica” y eliminar a los “enemigos” de izquierda “infiltrados” en la sociedad cordobesa.

En definitiva, la idea de que la dictadura empezó en Córdoba dos años antes que a nivel nacional sólo es sustentable cuando se tienen en cuenta los aspectos vinculados a la administración política del gobierno provincial. Pero se vuelve débil, en cambio, cuando se efectúan comparaciones entre el alto nivel de movilización que demostró el estudiantado durante el pre-Proceso, y el casi absoluto silencio que sobrevino a partir de la intervención de las Universidades por parte de las Fuerzas Armadas en 1976. 

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Referencias

[1] Obregón Cano y el vicegobernador Atilio López fueron depuestos por el jefe de policía de la provincia de Córdoba, teniente coronel Antonio Domingo Navarro. Según Eduardo Castilla (2007), “el ‘Navarrazo’ fue impulsado abiertamente por el presidente Juan Domingo Perón con el aval de la patronal y la burocracia sindical. Este golpe justificado bajo la llamada “depuración ideológica” del peronismo, buscaba liquidar a la vanguardia obrera, estudiantil y popular que se venía desarrollando desde el Cordobazo”. 

[2] Desde su fundación en 1956, la Escuela de Psicología de la UNC perteneció al ámbito de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Recién en el año 1998 se convirtió en Facultad de Psicología. 

[3] Colaski fue secuestrado el 30 de junio de 1977 y permaneció en los centros de detención de La Ribera y La Perla, en Córdoba, durante cuatro meses. Luego estuvo un año y medio en la penitenciaría de la ciudad y posteriormente en la cárcel de La Plata. Fue liberado el 28 de diciembre de 1982, después de un total de cinco años y medio de prisión. Intentó de inmediato reincorporarse a la Escuela de Psicología, pero no fue admitido. Recién pudo reinscribirse en 1984 y se graduó en 1987. Ese año propuso la creación de la cátedra de Psicología y Derechos Humanos, de la que está al frente desde entonces. 

[4] Según Cosacov, “había un vigilante que no dejaba entrar a los alumnos de pelo largo o a quienes estuvieran sin afeitar”. Precisamente, una ordenanza de abril de 1976 estipulaba que los estudiantes debían “presentarse en correctas condiciones de aseo personal, con decoro y sobriedad en el vestir”. Además, al entrar a cualquier dependencia tenían que “presentar el documento de identidad y la libreta de trabajos prácticos, debiendo concordar en ambos documentos los datos y las fotografías que se exhiben”. 

[5] ¿Era coherente que prevalecieran esos temas en una escuela de Psicología? Colaski entiende que sí, porque “el debate involucraba aspectos como el del comportamiento más adecuado para ir a una estrategia revolucionaria”. 

[6] Al graduarse en 1978, Cosacov emigró a México: en primer lugar, porque no le agradaba la situación del país, lo veía “detenido en el tiempo y aislado del mundo”; y segundo, porque le interesaba seguir estudiando y compensar en cierta forma el nivel no demasiado óptimo que le había dejado su paso por la devaluada Escuela de Psicología de Córdoba de esa época. Regresó en 1982. 

[7] Colaski remarca la necesidad de ser claro en el sentido de que “hubo quienes optaron por irse y hubo quienes decidimos quedarnos para continuar la lucha”. De todos modos no reprocha la actitud de los docentes amenazados que terminaron renunciando, sobre todo si se tiene en cuenta el marco de violencia de la época y el hecho de que varios de ellos no formaban parte de ninguna estructura política que los respaldase.

Bibliografía

Ansaldi, W. (1996). Continuidades y rupturas en un sistema de partidos políticos en situación de dictadura: Brasil, 1964-1985. En Silvia Dutrenit (coord.), Diversidad partidaria y dictaduras: Argentina, Brasil y Uruguay. México: Instituto Mora.

 

Antón, J.C. (2004, 30 de abril). A 30 años del 1º de mayo de 1974. Diario La Prensa. Buenos Aires.

 

Castilla, E. (2007). A 33 años del Navarrazo. Córdoba 1974: el golpe de Perón. Revista La Verdad Obrera, 223.

 

La Voz del Interior (1975, 29 de septiembre). Universitarias, p.18.

 

La Voz del Interior (1975, 6 de octubre). Universitarias, p.19.

 

La Voz del Interior (1975, 7 de octubre). Comunicado, p.18.

 

Servetto, A. (2004). Córdoba en los prolegómenos de la dictadura. La política del miedo en el gobierno de Lacabanne.  Revista Estudios, 15, Centro de       Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba (UNC).             (http://www.historiapolitica.com/datos/biblioteca/servetto.pdf)

Estudiantes, docentes y poder político

en la Escuela de Psicología de la UNC (1973-1976)

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